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Por
José Calvo En el capítulo anterior: << Resultados Finales >> Finalizamos
el recital y los presos clamaban más heavy mientras los carceleros
buscaban las llaves de las celdas, atormentados por un sonido que nunca
entenderán. Desdichados presos marchaban hacia su reclusión perpetua
marcando el paso de la ley, de aquellos límites que nunca comprenderán
porque nacieron libres. A
una persona que vive ofuscada de la sociedad, incapaz de ver a sus seres
queridos, no se le puede negar un beneficio, así que llevé un tinto
(marca NACARI, de $1.50 como la que toma el tano Marciello) para darle a
uno de estos infelices; tendría que comenzar la búsqueda de un hombre
para destinarle la sangre de cristo. Comenzé
a recorrer los pasillos donde largas filas
de celdas inundaban el ambiente de un hedor desagradable. Me
gritaban insultos, lo cual no podía quedarme atrás por mi orgullo herido
y les replicaba sin vacilar. Y
así pasé por una serie de rostros agresivos hasta que llegué a la última
celda, totalmente vacía. Algo me llamó la atención salvajemente, en una
pared echa pedazos, el estandarte ancestral de la reveldía: era una
bandera de V8 y abajo decía con sangre “No te rindas”. Me puse a
recordar, ese no era el título del trabajo de V8, se llamaba “No se
rindan”. Igualmente había algo familiar en ese nombre, algo que en ese
momento no podía recordar. -
Salí de este sector pibe – me interrumpió un gordo que hacía
de carcelero. Me limité a mirarlo con desprecio y no me moví del lugar. -
No te hagas el matrero, circulá – Lo que acababa de decirme
escapó a mis oídos, había descubierto que en la celda había una sombra
agazapada en uno de los
rincones, a pocos centímetros del harapiento catre. No se movía, pero
después de observar la sombra fijamente durante varios segundos pude
advertir que los ojos del enigmático personaje se abrían. -
Porqué no fuiste al recital es una pregunta obvia pero necesaria
– le pregunté con tono de reproche a aquel que se decía metalero. La
sombra no contestó. Ante ese resultado me di la vuelta para preguntarle
al carcelero sobre la identidad del preso; pero era demasiado tarde, el
gordo me sacudió un porrazo en la nuca que me hizo caer. - Ahora vas a escarmentar hijo de puta – me dijo serenamente y me metió en la jaula del misterioso preso. En ese momento mi cabeza dio vueltas y perdí el conocimiento... Al
día siguiente Ligeros
golpecitos en el hombro me despertaron. Mi visión estaba nublada, apenas
distinguía la silueta de mi compañero de celda. -
Cerrá los ojos – me dijo mientras
me tomaba de los brazos e intentaba ponerme de pie. Eso hize, luego los
abrí cuando creí que el mareo se había esfumado. -
Beto... – Fue lo único que pude decir cuando lo vi. El Beto
Zamarbide me miraba fijamente como si dudara de mi cordura. Me tuvo que
calmar porque no podía creer lo que estaba viendo, tardé unos minutos en
tranquilizarme. Todos mis sueños sobre el retorno de Logos se esfumaron
en el vacío infinito. -
¡Que haces acá!- le pregunté casi gritando. El sonrió
tristemente y dijo: -
Nada, que se puede hacer acá, es vivir sin existir... – -
¡Cómo llegaste! ¡quién! ¡porqué! – Mis preguntas inundaban
su mente, me detuvo, sacó de un escondite un cigarrillo y al prenderlo se
recostó como quién va a contar recuerdos pasados: -
Es mejor que no hables... en cualquier momento te van a sacar y no
tengo mucho tiempo. Mi desgracia cayó un tiempo después de grabar nuestra última producción, “Tercer acto”. Decidí que debíamos expandir nuestros horizontes e ir a producir algo en inglés, y quizá cambiar el nombre de la banda para tener un nombre internacional con el que nos reconozcan. La compañía editora de aquel disco de alguna manera se enteró de mis planes y los desarmó ya que si se armaba una nueva banda el contrato de dos discos de Logos desaparecería. Un
día allanaron mi casa y me encerraron en el jaulón, mis compañeros
quedaron librados a su suerte y mi público creyendo la gran mentira de
que me había ido a Estados Unidos para grabar un nuevo disco, promesas
vanas que nunca serán cumplidas. Esto es lo que... – El
gordo sobrador apareció mientras el Beto contaba su relato. -
Afuera, espero que hayas aprendido – Y dicho esto abrió la
jaula. El Beto me dio un sobre cerrado y me susurró a los oídos: - Esto dáselo a Ricardo, NO LO ABRAS. Con esto tendrás el respaldo de los grandes metaleros. Pelea por mí, y no te rindas... – Tomé la carta y asentí silenciosamente con mirada cómplice. Saqué el vino lentamente y lo deposité en el suelo sin que se diera cuenta el carcelero... Dos
días después...
No tengo ni idea de cuando me voy a encontrar con Ricardo, cuando
le voy a poder dar la carta. La curiosidad me está matando, qué puede
tener un pedazo de papel que sea tan importante. En mi cabeza resuena el
eco de las palabras del Beto: “NO LO ABRAS”, pero hay una frase que
sobrepasa todo sentimiento y toda pasión, las simples palabras, “no te
rindas”...
Capítulo I ..................................................... click acá para leerlo
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